Épica, récord, historia

Santiago Aparicio

Santiago Aparicio

Madrid, 31 ene (EFE).- Rafael Nadal llegó a tiempo a la cita que le tenía reservada la historia y con una remontada sin precedentes, al amparo de la épica, salio triunfador de Australia y erigido en el mejor tenista de todos los tiempos.

El tenista balear dejó atrás el Melburne Park con la Copa del primer grande de la temporada bajo el brazo. No era un trofeo más que acomodar en una vitrina en la que se agolpan ya noventa premios. Es el galardón que le sitúa por encima del resto. Por encima de Novak Djokovic y por delante de Roger Federer con los que compartía el espacio de la grandeza del tenis.

Nadal ya está por delante. Aguarda el regreso a España con su vigésimo primer título de un Grand Slam. Uno más que el serbio y que el suizo. Es ahora Nadal el mejor. El mejor de siempre.

Puede ser, aunque no es probable, que Federer o que, en mayor medida y con más posibilidad, Djokovic sumen algún otro grande y se vuelvan a equiparar al español. Incluso, especialmente en el caso del balcánico, le rebase. Pero ninguno conseguirá abanderar jamás la épica, la exaltación al esfuerzo o la creencia en uno mismo como lo hace el manacorí cada vez que salta a la pista.

Nadal siempre vuelve, siempre puede. Tiene la virtud el balear de hacer factible lo imposible, de amarrar lo inalcanzable. En estos tiempos de depresión anímica, de crisis sanitaria y de malestar general por una pandemia que no cesa, el tenista mallorquín es capaz de generar felicidad, entusiasmo social y una sonrisa entre tanta tristeza.

El domingo Nadal reanimó a todo un país expectante e ilusionado por recuperar lo mejor que ha dado el deporte español en las últimas décadas. El hombre capaz de llevar la unanimidad a una nación tan diversa y tan dispar exaltó el orgullo de cada uno cinco horas y veinticinco minutos después de saltar a la pista de cemento del Rod Laver Arena para calibrar la madurez del ruso Daniil Medvedev, llamado heredar la dictadura impuesta durante casi dos décadas por el 'Big Three'.

El 'bad boy' del tenis actual, el hombre que rivaliza con Nick Kyrgios en malos modos en el circuito y que frecuentemente se pelea con el mundo al margen del juego ha llegado para quedarse en las alturas de este deporte. Próximo número uno del mundo, condición que adquirirá en tres semanas, el ruso fue un gigante, aparentemente inalcanzable, en medio del objetivo de Nadal.

Medvedev ganará en el futuro el Abierto de Australia. Pero en esta ocasión, no. El triunfo fue para Nadal que no desfalleció a pesar de tener dos sets en contra. El español no decayó a pesar de que el segundo parcial se le marchó de mala manera. Se le fue aunque lo pudo ganar e igualar el choque. Se topó de pronto con dos sets en desventaja. Con el ruso a un paso de ganar.

Empezó Rafael Nadal a picar piedra. Punto a punto, juego a juego para ver a dónde le llevaba la situación. Entre el cansancio, la complacencia y la confianza se enredó Medvedev que cuando quiso darse cuenta del nuevo panorama que había adquirido la final tenía a su rival a su altura y con todo por decidir. Fue una lucha épica. De alternativas, de drama. De ocasiones para dos, de momentos estelares, de clase y de lucha. Y en medio de todo ello ganó Nadal.

El español se convirtió en el primer jugador de la Era Open en remontar dos sets de desventaja en una final del Abierto de Australia, y el séptimo en hacerlo en cualquiera de los trofeos del Grand Slam. Antes solo lo lograron el sueco Björn Borg (1974), el checo Ivan Lendl (1984), el estadounidense Andre Agassi (1999), el argentino Gastón Gaudio (2004) y Novak Djokovic (2021), todos en Roland Garros y el austríaco Dominic Thiem (2020), en el Abierto de Estados Unidos.

Cinco sets, casi cinco horas y media para elevar a veintiuno el número de grandes en su poder. El segundo en Australia para convertirse en el segundo tenista de la historia además de Novak Djokovic en ganar, al menos dos veces, los cuatro 'majors'. También lo consiguieron antes Roy Emerson y Rod Laver, pero fue antes de 1968, cuando entró en vigor la era Open.

El tercer jugador de todos los tiempos que gana un Abierto de Australia con más de 35 años después de Ken Rosewall en 1971 y 1972 y de Roger Federer, que lo hizo en el 2018, ha vuelto cuando ya casi nadie le esperaba. Para erigirse en el mejor de la historia.

"Novak, Roger y yo hemos cumplido nuestros sueños. Ojalá termine siendo el que más tiene pero si no ocurre, bien por los otros porque mi carrera es infinitamente superior a lo que hubiera imaginado. En este momento de la historia soy el que tiene más, pero uno no puede estar constantemente mirando a lo que tienen otros. Claro que me gustaría acabar la carrera como el que más tiene, pero es cierto que para mí no ha sido una obsesión", reconoce el balear.

Nadal, que solo había conseguido ganar en el Melburne Park en el 2009 y que tuvo después otros cuatro intentos fallidos, derrotado en la final, recuperó a lo grande el pulso competitivo cuando tiempo atrás barruntaba, desesperado, la idea de abandonar, acorralado por las lesiones.

Habían pasado 476 días desde que el tenista español disputó su última final en un grande, en Roland Garros del 2020.

"Este es el más inesperado. Y el más sorprendente creo que para todos. Para ustedes también, supongo. Para mí especialmente. Porque sé cómo llegué aquí. Ha sido una noche muy emotiva". Se refería Nadal a todas las penurias que le habían acuciado a lo largo de un 2021 para olvidar.

Enfilaba entonces ese curso plagado de ilusión también, con la idea de agrandar su historial pero, sobre todo, por competir. Por mantener el alto nivel en una puja contra sí mismo en un año olímpico, con grandes alicientes por llegar.

Con el triunfo en el Masters 1000 de Roma y en el torneo de Barcelona enfilaba el balear el momento cumbre del 2021. Roland Garros y lo que estaba por llegar. París le dio la espalda esa vez. Cayó en semifinales frente a Djokovic. Todo se torció. Días después renunció a Wimbledon y también a los Juegos Olímpicos de Tokio. Presa de la lesión Muller-Weiss, una dolencia crónica en el escafoides del pie izquierdo, decide parar del todo tras un intento en Washington que le llevó hasta octavos, donde cayó con Lloyd Harris. No daba para más. Dio finalizada la temporada.

Fue en diciembre cuando regresó. Casi seis meses después, Nadal volvió a las pistas en la exhibición de Abu Dabi donde perdió contra Andy Murray y el canadiense Denis Shapovalov.

Con la hoja de ruta trazada dio positivo por covid diez días antes del final de año. Cumplió la cuarentena y envuelto de dudas partió a Melbourne. Ganó el torneo de preparación que disputó y se adentró en el cuadro del primer Grand Slam de la temporada, al que acudió casi sin aspiración.

Uno por uno superó al estadounidense Marcos Girón, al alemán Yannick Hanfmann, al ruso Karen Khachanov, al francés Adrian Mannarino, al canadiense Shapovalov y al italiano Matteo Berrettini en semifinales. Cada vez un paso más. Cada vez mejor.

Hasta llegar a la cita histórica en la final contra Daniil Medvedev. Nadal no partía como favorito en esta lucha por el título. A pesar de su historial y de la inexperiencia de su adversario con el que ya mantuvo una pelea épica en la final del Abierto de Estados Unidos del 2019, contra el que necesitó también apurar los cinco sets.

"El deporte es impredecible, sobre todo si luchas hasta el final. Lo normal hubiera sido perder el partido en tres sets aunque también tuve una gran oportunidad en el segundo. Solo quería mantener la fe hasta el final, darme una oportunidad. Eso fue lo que hice. Luchar. Es un día inolvidable. Nunca diré que lo merezco, porque yo creo que mucha gente lucha y mucha gente que se lo merece. Pero realmente creo que tengo un espíritu muy positivo", subraya Nadal.

Es el reflejo de la fe el tenista balear que en los últimos seis meses se encaró consigo mismo para tratar de volver, algo de lo que no estuvo seguro. Un espíritu que para él, vale más que cualquier título, que cualquier récord. EFE

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