Pitadas, huevos, fueras y olés irónicos

Tres de los 2.612 aficionados que ayer acudieron a vivir en directo el partido. / hardy

Podían entrar al campo casi 4.500 aficionados, pero acudieron poco más de 2.600. Seguramente, habrá diferentes motivos para tomar la decisión de no acudir, entre los que estará la preocupación por la salud y el frío, pero también está el desencanto. Este Racing no engancha a nadie y menos aún con la imagen que viene dando en los últimos partidos.

A pesar de ello, los que acudieron a buen seguro que no lo hicieron con ánimo de mostrar su frustración por lo que va directo a convertirse en una temporada perdida, sino con la esperanza de levantar el vuelo y de que el cambio de entrenador sirviera para algo. Sin embargo, nada más comenzar se encontró con más de lo mismo, con un equipo sin rumbo y sometido al Amorebieta, que está lejos de ser el Bayern de Múnich. Las costuras se vieron desde el principio y por eso en cuanto Obieta remató a la portería racinguista aprovechando un desajuste cuando sólo habían transcurrido segundos, empezaron a oírse algunos pitidos. Hasta ese momento, fueron tímidos.

Con todo, a los ocho minutos, a pesar de lo mal que pintaba la cosa, comenzaron a oírse algunos de los clásicos cánticos que entonaba ‘La Gradona’ cuando todo era normal. Había ganas de animar, pero en seguida llegó el mazazo en forma de gol. Ahí se oyó por vez primera el ‘hay que poner huevos’. Las pitadas se fueron incrementando al ver que al Racing le faltaba decisión y apostaba siempre por el pase atrás. Cuando los jugadores se fueron al descanso, les despidieron con un ‘fuera, fuera’. La tarde amenazaba con hacerse muy larga, pero en el segundo tiempo dominó más el ánimo de creer en Martín Solar y Pablo Torre para remontar el vuelo que en seguir pitando.

Tanto es así, que el partido acabó en medio de la indiferencia y la prisa por irse porque al frío se había unido el enfado. Y esa mezcla es dañina. Con todo, quizá lo peor y también más humillante para los jugadores verdiblancos fue ver a parte de la grada entonar ‘ole, ole’ cada vez que daban un pase. Lo hicieron, obviamente, de manera irónica y para dejar en primer plano la colección de carencias que los aficionados ven en su equipo. Cada vez más, de hecho.