Hijos de la democracia

Proyección de un videomapping por el X aniversario de la proclamación del Rey Felipe VI, en la fachada de la Puerta del Príncipe del Palacio Real a 19 de junio de 2024, en Madrid (España). José Ramón Hernando / Europa Press

La mayoría de los franceses cree que su principal problema es Macron, aunque seguramente muchos piensan que lo que puede venir es peor. Aun así, Macron se ha apresurado a convocar elecciones después de perder en las europeas. Tal vez se ha equivocado en esa celeridad, pero eso es la democracia. Aquí, estamos esperando que Tezanos haga la misma encuesta, aunque estoy seguro de que, dados los continuos desaciertos y la manipulación de los datos con los que está sepultando la credibilidad del CIS, el resultado no sería otro que la exaltación de Pedro Sánchez, el "líder supremo" al que sirven obedientes y aplaudiendo todos los acólitos que forman parte de la estructura del poder. Hasta que éste se les acabe y Sánchez pase a ser una pésima experiencia y deje un daño profundo a las instituciones del Estado. Parecía imposible superar por abajo lo que hizo Zapatero, pero Sánchez lo ha conseguido cum laude. El poder a cualquier precio.

Decía Felipe González que "preferimos ser los nietos de la guerra civil que los hijos de la democracia y de la Constitución" y tiene toda la razón. Desde las filas del Gobierno no sólo se hacen y se permiten ataques y desdenes hacia la Corona, la única institución que hoy mantiene su prestigio, a pesar de los excesos del anterior Rey, sino que se insulta y ataca a los medios de comunicación, sobre los que se pretende imponer un sistema de control antidemocrático. De la misma manera se señala públicamente a los jueces y se pretende acabar con la separación de poderes y la independencia judicial mediante el control de los sistemas de acceso a la judicatura y el nombramiento directo de jueces y magistrados, no sólo de los vocales del Poder Judicial.

La colonización, al servicio del poder, de instituciones como el Tribunal Constitucional o la Fiscalía -nunca su credibilidad ha llegado a niveles más bajos- y de empresas públicas y privadas para tener consejeros progubernamentales en sectores clave busca tejer una malla de poder en la que el poder político partidista lo decida todo. Ya sólo falta que aprueben que sea el Congreso de los Diputados -no el Senado, que ahí la mayoría es de los otros- el que redacte y dicte las sentencias.

Decía Cantinflas "cinco años estudiando leyes para que luego vengan políticos sin estudios a redactarlas". Está pasando. Hace tiempo, cuando explotó el asunto Ábalos-Koldo, poco antes de lo de la esposa del presidente, incluso un medio como "El País" decía en un editorial que "una primera lección de este caso es la falta de control institucional sobre el mundo de los cargos a dedo". Pasados unos meses, hay muchas más. Por ejemplo, la selección inadecuada, incluso alegal, y la falta de control y de transparencia no ya sobre la actuación de los nombrados a dedo, sino también del propio Gobierno y de sus familiares. Tantos personajes turbios en el poder o junto al poder está contribuyendo al descrédito institucional que, una vez perdido, es muy difícil de recuperar. Tratar de bordear los límites constitucionales en beneficio propio y de romper el cerco judicial a la trama corrupta, mediante insultos, ataques o descalificaciones a los jueces y magistrados no se puede permitir en un Estado de Derecho.

La degradación del discurso público, el uso espurio de las instituciones para seguir en el poder al precio que sea, el insulto como arma de descalificación política, el deterioro forzado de las instituciones, la falta de la obligada y exigible transparencia nos aleja de todo comportamiento democrático y da vida, aunque sea efímera, a los extremos de uno y otro lado, excéntricos, disolventes e ingobernables. Los ciudadanos deberíamos ser mucho más exigentes con los políticos. Implacablemente exigentes.