El tsunami europeo: hola, ¿y adiós?

 

Hasta hace poco tenía razón el periodista Antonio Pampliega cuando decía que "en Europa tenemos problemas de gente sin problemas". Y tal vez todavía la tiene, aunque surgen cada día más señales que pueden indicar que tenemos que empezar a preocuparnos. El vuelco hacia la extrema derecha en Francia por culpa de las políticas de Macron, sí, pero también con un nuevo Frente Popular algunas de cuyas figuras son tan peligrosas como sus contrarios; el tsunami de Inglaterra donde la incapacidad y el populismo de unos políticos ineptos han llevado al país al aislamiento y a la peor situación política y económica en décadas; la incomprensible visita a Putin del húngaro Orban, que preside este semestre la Unión Europea, arrogándose una misión de paz que, además de ser imposible, nadie le ha encomendado; la falta de liderazgo económico y político de Alemania desde la marcha de Ángela Merkel; el auge de la extrema derecha en casi todos los países, pero también de los populismos de izquierdas, igual de peligrosos; la falta de un liderazgo claro en la Unión Europea y de políticas para competir en igualdad con Estados Unidos, Rusia o China; el envejecimiento de la población que aboca al suicidio demográfico y los vaivenes de una política migratoria influida por el ascenso de la extrema derecha son algunos de esos problemas que Europa tiene que afrontar urgentemente.

Y, además, tiene que empezar a diseñar estrategias para enfrentarse a un futuro en Ucrania, si gana Trump, sin el amparo de Washington, incluso con un grave debilitamiento de la OTAN. Necesitamos una Europa fuerte y segura, pero eso no se contradice con una Europa que reafirme sus valores de defensa de las libertades, la democracia, la igualdad, la solidaridad y la defensa a ultranza de los derechos humanos. Y que fije objetivos claros, acuerdos solidarios y esfuerzos que sean percibidos por los ciudadanos. Necesitamos una Europa fuerte y eso no pasa por poner más muros para frenar la inmigración sino por actuar en los países de origen. Europa va a necesitar en los próximos años millones de inmigrantes para hacer los trabajos que los europeos no queremos hacer. Demonizar la inmigración es dar alas a los populismos extremistas y cerrar los ojos a la realidad.

Europa tiene problemas, pero no son nada comparados con los que existen hoy en la gran mayoría de los países de África; en la Palestina objeto del mayor genocidio del siglo XXI; en Irán -donde la victoria electoral de un "moderado" no permitirá la liberación de un pueblo oprimido, especialmente sus mujeres, por los ayatolás de la intransigencia; en Afganistán, donde crece la represión de los talibanes -si no les gustas, te matan- mientras las democracias miran para otro lado; en muchos países de Hispanoamérica, dominados por populismos suicidas; en Siria, en Libia… ¿Cómo no va a huir la gente de todos estos lugares? O en Estados Unidos donde los ciudadanos americanos van a tener que elegir no entre lo malo y lo peor sino entre lo pésimo y lo nefasto. Lo que los ciudadanos necesitan es comprobar que el poder mejora la vida de las personas y no la de los políticos. Necesitamos líderes capaces de poner los derechos de las personas por encima de sus intereses y los consensos por delante de los privilegios. Necesitamos un mundo donde la justicia no dependa de donde te ha tocado nacer. Porque si no es así, en España, en Europa y en el mundo testaremos condenados a repetir el título de la próxima gira, y ojalá que no sea la última, de Sabina: "Hola y adiós".