Venezuela es un país que ha sido duramente golpeado por la corrupción y la mala gestión de sus dirigentes, a pesar de su riqueza en recursos naturales. El último golpe para la población ha sido el fraude electoral, donde Nicolás Maduro se ha proclamado vencedor, aunque las elecciones fueron ganadas por Edmundo González, líder de la oposición, según los observadores internacionales y el Centro Carter.

La respuesta de Maduro ha sido desatar una represión feroz contra quienes protestan por este pucherazo. Más de mil doscientos detenidos y decenas de muertos son el saldo de esta represión, evidenciando la crueldad del régimen.

Es indignante ver la tibieza del Gobierno español ante esta situación, posiblemente influenciada por los lazos de Sumar y Podemos con el régimen venezolano. Sánchez, por lo tanto, parece evitar molestar a sus socios de gobierno. Un claro ejemplo de esto son las declaraciones de Albares, ministro de Exteriores, que reflejan un cinismo diplomático al intentar nadar entre dos aguas, provocando decepción y vergüenza.

Por otro lado, la actitud de José Luis Rodríguez Zapatero, quien ha guardado silencio frente al fraude electoral, es igualmente vergonzosa. Este silencio plantea preguntas sobre qué le debe a Nicolás Maduro para ampararle de esta manera. Su incapacidad para denunciar la represión y el fraude es una afrenta a los derechos humanos.

En la comunidad internacional, desde la ONU hasta la Unión Europea, pasando por Estados Unidos y varios países hispanoamericanos, se cuestionan los resultados oficiales defendidos por Maduro y sus aliados.

Es importante que la comunidad internacional siga presionando para que los chavistas no salgan victoriosos de este fraude electoral. Se espera que, ante las ofertas de impunidad por parte de mediadores como Estados Unidos, Maduro y sus aliados reconozcan el fraude y cesen con la represión.

Ojalá que este sea el inicio de la recuperación de Venezuela para sí misma.