Del Aquarius al desconcierto actual

Proclamando indignación, y acusando que son de derecha, o de extrema derecha, todos aquellos a quienes nos preocupa la invasión constante de la migración irregular, no contribuye a enfrentarse racionalmente al problema.

Dar un paso al frente para proclamarse el más misericordioso del barrio, diciendo que los inmigrantes son seres humanos, es una perfomance de la caridad que ni evita los muertos en el mar, ni aplaca la invasión, ni arregla la miserable vida de los refugiados. Por cierto, refugiados por voluntad propia, no por persecución.

¿Hay algún ser tan despreciable y abyecto que no sienta compasión por los pobres y menesterosos? Pero la pobreza no se soluciona, dando una patada en una casa, e instalándose en el pasillo con un saco de dormir.

En el estúpido Campeonato de Misericordia de Cara a la Galería, van ganando, con mucha ventaja, todos aquellos que no viven en Ceuta, o en Canarias, o en un pequeño pueblo donde, de repente, uno de cada cuatro habitantes es un emigrante.

Recuerdo la peripecia del Aquarius, aquél barco de rescatados que no les dejaban entrar, ni en Malta, ni en Italia. Entonces, Pedro Sánchez, que todavía no había alcanzado los méritos para ser nombrado Pedro I, El Mentiroso, se puso el disfraz de San Franciso del siglo XXI, y se organizó uno los espectáculos de altruismo más importante del año. Cuando arribaron al puerto de Valencia, tocaban a un periodista por refugiado o más. Si había 600 refugiados, entre cámaras, periodistas, fotógrafos, etcétera superaban ese número. Allí estaban representados casi 150 medios de todo el mundo, incluidos de China. Y observar el impresionante efecto llamada que tuvo en todo el planeta y, sobre todo, en África, no significa que el observador pretenda que se les ahogue en el mar a los rescatados, ni que se les fusile al amanecer. Significa, simplemente, que el problema es muy complejo, y no se soluciona, proclamándote Reina de las Fiestas de La Misericordia Emigrante.

La Unión Europea no está preparada, ni puede acoger a 200 o 300 millones de africanos, que quieren cambiar de continente y de país. Y afirmar eso no te convierte en un Hitler xenófobo, ni en un tonto contemporáneo. El tonto puede ser quien cree que formando profesionalmente a 250.000 africanos, y regularizando su inmigración, va a desalentar a los millones -¡millones!- que aguardan a jugarse la vida para cambiar su vida. Y el abyecto no es quién señala la situación, sino el que la embrolla desde los tiempos del Aquarius.