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La fiesta de San Cipriano no es nada sin este dulce que le da sentido

Las rosquillas de San Cipriano. / Redes sociales
La próxima vez que te encuentres en las fiestas de San Cipriano, asegúrate de probar una de estas rosquillas

Cada año, el 16 de septiembre, los caminos que conducen a la ermita de San Cipriano, en Cantabria, se llenan de romeros que, con devoción y alegría, celebran una de las fiestas más emblemáticas de la región. Entre las múltiples tradiciones que hacen única esta jornada, las rosquillas de San Cipriano destacan como uno de los símbolos más entrañables, capaces de transportar a los asistentes a los recuerdos de antiguas romerías y celebraciones familiares.

Estas rosquillas, unidas con cuerda de bramante y a menudo colgadas de una rama de avellano, representan mucho más que un simple bocado dulce. Son un legado gastronómico que ha acompañado a generaciones de cántabros, conectando el pasado con el presente en cada celebración de la romería montañesa. Su forma sencilla y su sabor delicado nos invitan a revivir momentos de convivencia, música y folklore.

Un viaje dulce a las romerías del pasado

El proceso de adquirir las rosquillas de San Cipriano es ya, en sí mismo, parte de la tradición. Tras la procesión desde la iglesia de Cohicillos hasta la ermita de La Pradera, y después de los actos religiosos y las actuaciones folclóricas, los romeros se dirigen a los puestos de venta de las rosquillas. Es costumbre que estas estén dispuestas en largos cordeles, listas para ser colgadas del brazo o de una rama de avellano, formando parte de las escenas típicas de la fiesta.

Las rosquillas, elaboradas con ingredientes sencillos como harina, huevos y azúcar, llevan consigo el sabor de la tradición y del trabajo artesanal. Aunque su receta ha pasado de generación en generación, es el contexto festivo en el que se consumen lo que realmente les otorga su valor emocional. Para muchos, el aroma y sabor de las rosquillas evocan recuerdos de infancia, de los viajes con la familia para participar en la romería, y del ambiente de devoción y festividad que se respiraba en el pueblo.

Un ritual de despedida

Uno de los momentos más entrañables de la fiesta llega cuando los romeros, al finalizar el día, se preparan para regresar a casa. Según la tradición, ningún romero puede emprender el viaje de vuelta sin antes llevar consigo las rosquillas de San Cipriano, colgadas en un manojo. Esta costumbre, que ha perdurado a lo largo del tiempo, es casi un ritual de despedida que cierra la jornada festiva y asegura que cada romero se lleve un trozo de la fiesta consigo.

Antiguamente, era común ver a los romeros bajar de las montañas con las rosquillas colgadas de una rama de avellano, un gesto que, además de ser práctico, simbolizaba la conexión con la naturaleza y la humildad de la celebración. Este sencillo gesto ha perdurado y, aún hoy, muchos romeros siguen la tradición, asegurándose de llevar consigo un par de rosquillas antes de dejar la ermita.

El dulce que conecta generaciones

Lo que hace especial a las rosquillas de San Cipriano no es solo su sabor, sino el profundo vínculo emocional y cultural que representan. Para muchas familias cántabras, estas rosquillas son un símbolo de continuidad y de pertenencia a una comunidad que ha celebrado a su santo patrón durante siglos. En cada generación, los niños heredan de sus mayores la tradición de acudir a la romería, y con ello, la experiencia de saborear estas rosquillas en un ambiente festivo que no ha cambiado mucho con el paso del tiempo.

Cada bocado se convierte en un dulce viaje a esos momentos inolvidables, donde la familia, la tradición y la fe se entrelazan. El sabor, suave y ligeramente anisado, se mezcla con los recuerdos de las romerías, los cánticos y las risas, creando una experiencia multisensorial que transporta a todos aquellos que han participado en las fiestas de San Cipriano a tiempos pasados.

Un símbolo gastronómico de Cantabria

Si bien las rosquillas de San Cipriano son conocidas en la comarca del Besaya, su popularidad ha ido creciendo, convirtiéndose en uno de los productos icónicos de las fiestas tradicionales de Cantabria. Aunque pueden parecer un dulce humilde, están cargadas de significado y son una muestra de cómo la gastronomía puede convertirse en parte esencial de las celebraciones y del patrimonio cultural de una región.

Los obradores locales se esmeran cada año en producir suficientes rosquillas para satisfacer la demanda de los asistentes, sabiendo que este producto no solo es parte de la fiesta, sino que representa una parte esencial de la identidad montañesa. Muchos visitantes que acuden por primera vez a la fiesta se sienten cautivados por el carácter rústico y tradicional de estas rosquillas, llevándose a casa un pedazo del sabor de Cantabria.