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¿Cómo lo llamas tú? La disputa por el nombre de una sierra que define paisajes y emociones

Sierra del Toloño o Cantabria. / E.P.
La Sierra de Toloño, conocida también como Sierra de Cantabria, no solo divide paisajes, sino también opiniones

Desde las majestuosas Conchas de Haro hasta el enigmático León Dormido en Lapoblación, la sierra que separa y protege los paisajes de Rioja y Álava es conocida por dos nombres que despiertan pasiones y debates: Sierra de Toloño y Sierra de Cantabria. Este conflicto sobre su denominación no es nuevo, y parece que cada nombre tiene su propia historia y legión de seguidores.

La Sierra de Toloño, esa majestuosa formación montañosa que se extiende desde las Conchas de Haro hasta el León Dormido en Lapoblación, está en el centro de una nueva polémica. En un contexto de debate y pasión regional, el Parlamento de La Rioja está programado para debatir a principios de septiembre una Proposición no de Ley presentada por el Partido Popular (PP), que busca restablecer el nombre de Sierra de Cantabria en lugar del actual Toloño, aceptado recientemente por el Instituto Geográfico Nacional (IGN).

La decisión de Fomento de aceptar el nombre genérico de Toloño, solicitado desde Euskadi, ha reavivado viejas disputas. Para muchos, el nombre de Sierra de Cantabria no es solo una cuestión de nomenclatura; es un símbolo de identidad y orgullo regional. El historiador Salvador Vellila, junto con varios colectivos locales, ha sido uno de los principales defensores de este topónimo, argumentando que Cantabria es la denominación más representativa de la región y de su legado histórico.

En el campo, sin embargo, la historia es diferente. Los habitantes de la región y los montañeros siguen usando ambos nombres con total naturalidad. Para algunos, la Sierra de Toloño es el símbolo de su vínculo con el paisaje vasco, mientras que otros prefieren el nombre de Sierra de Cantabria, que evoca una identidad cántabra profunda. Yo mismo, al asomarme cada mañana a la ventana, miro a mi montaña azul con el cariño de quien siente que es parte de su vida.

La sierra, un gigante que divide y protege, se extiende desde las Conchas de Haro hasta Lapoblación, marcando una frontera natural entre los territorios riojano y alavés. Este impresionante macizo montañoso está formado por potentes cresteríos de roca caliza que surgen de un plegamiento geológico. Su orientación este-oeste hace que sea el último obstáculo para los vientos y frentes nubosos que llegan del norte, creando un fenómeno climático conocido como efecto Föhn. Este fenómeno provoca un clima más seco y casi mediterráneo en la Rioja Alavesa, favoreciendo el cultivo de la vid y contribuyendo a la calidad de sus vinos.

En términos de vegetación, la sierra ofrece una rica diversidad: hayedos en las umbrías, quejigales en las solanas y carrascales en las zonas pedregosas. Entre sus muchas cumbres, destacan el Toloño (1.277 m), el León (1.224 m) y la Peña Colorada (1.225 m), cada una con su propia historia y significado para quienes la recorren.

La polémica sobre el nombre no es solo una cuestión administrativa. Refleja un sentimiento profundo entre quienes consideran que el nombre de la sierra debería estar arraigado a la tradición local y a la identidad de la región. Como se menciona en el artículo de Iñaki García, la denominación aceptada por el IGN es Sierra de Toloño, mientras que el nombre de Sierra de Cantabria se mantiene como una variante de uso menor.

El pasado histórico también juega un papel importante en la discusión. Antes de los nombres actuales, la sierra fue conocida por otras denominaciones que han caído en desuso, como Sierra de San Tirso o Sierra de San Totis. La persistencia de estos nombres antiguos muestra la complejidad de la historia geográfica y cultural de la región.

La Sierra de Toloño o de Cantabria, llámala como prefieras, sigue siendo una presencia imponente y libre, una frontera entre paisajes y emociones. En última instancia, lo que realmente importa es el vínculo personal y emocional que cada uno siente con estas montañas. Porque, al final del día, las montañas tienen su propio lenguaje, un lenguaje que va más allá de nombres y etiquetas.