No importa si son las grandes corporaciones, los gigantes de la especulación o los clásicos estrategas del norte anglosajón (disculpen las redundancias); es indiferente si esto lo manejan Soros, Davos, la Internacional Mahometana, Putin, Sao Paulo o Puebla; Bilderberg, Pekín, Maduro o el contubernio judeo-masónico… Lo cierto es que en este país llevamos ¡décadas! tragando sapos, sangre y humillaciones: de nuestros propios compatriotas.

Un estado de desecho, en cuyo albañal flotamos las heces: nosotros los leales, los callados, los que con el silencio otorgamos. Además, consagramos con el voto a los urdidores (de “amplio espectro ambidextro”) de esta farsa inicua y ruinosa: mea culpa, también.

Nos han diezmado, nos han separado, nos han arrestado ilegalmente, nos han arruinado (las ruinas ajenas también afectan a los afortunados con una nómina, ojo); nos han “convencido” de que los privilegios de algunos son sacrosantos, seculares… Han instaurado un colonialismo supremacista de facto, que el propio Franco potenció, entre españoles.

Han discriminado y sojuzgado, con leyes arbitrarias y promulgadas a decretazo, a la mitad de la población. Han instaurado un estado de terror aberrante, con la coartada de la “diversidad” y de la “inclusión”; mientras los excluidos, la inmensa mayoría, calla, acata… ¡y vota!

Esta “tiranía de colorines” hinca los últimos clavos en el ataúd de nuestra libertad y dignidad estos días… y callamos: me escandalizaría, si no lo llevase viendo toda la vida. Me pregunto cuánto tiempo pasará antes de que la mera publicación de este clamor no suponga el preludio de una muerte civil con saña; o peor: el porrazo en la puerta de madrugada.