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El Diario de Cantabria

El cambio sin rebelión a bordo

Cuando se produce un cambio de líder, hay siempre quien pierde protagonismo y otros que se mantenían en un segundo plano que lo ganan | En el Racing está siendo una transición tranquila

Íñigo en el partido del domingo en Las Palmas. / LA LIGA
Íñigo en el partido del domingo en Las Palmas. / LA LIGA
El cambio sin rebelión a bordo

Hay tripulaciones como la del Bounty o el Caine y las hay como las del Pequod o el Suprise. También hay capitanes imposibles y crueles como tenían los dos primeros barcos y otros que, aunque también fueran duros y maniáticos, contaban con el respeto de sus marineros, que, como en el caso de los de los dos siguientes, estaban incluso dispuestos a ir al mismísimo infierno junto a él. El Racing daba la impresión de ser de los últimos porque, a pesar de lo mal que llegaron a ir las cosas a principios de temporada (cuatro derrotas seguidas) y a final de año (cinco), no dio la impresión de romperse el vestuario ni de haber nadie encabezando una rebelión. El hacha llegó desde arriba. Fue la directiva la que cortó la cabeza a Fernández Romo para imponer un nuevo líder, lo que siempre supone una oportunidad para quienes se mantenían agachados y sin voz con su antecesor y un peligro para quienes, en la práctica, venían siendo la mano derecha de quien llevaba el mando.

Cualquiera que siga con un mínimo de atención la actualidad futbolística sabrá que, a menudo, son los propios futbolistas de un equipo los que quitan entrenadores. Saben que, aunque quienes manden sean éstos, son ellos los que tienen la sartén por el mango. Por eso para todo técnico es importante mantener la salud del vestuario y cuidar a quienes llevan el peso del mismo. Cuesta saltarse jerarquías y ahí se localiza a menudo la causa por la que cuesta apostar por canteranos, ya que supone pasar por encima de un jugador del primer equipo. Hay que ser valiente para hacerlo y, sobre todo, tener mucha seguridad en que la apuesta es la correcta. Si sale bien, el técnico no sólo habrá ganado un jugador, sino que también se habrá hecho respetar porque habrá dejado claro quién manda.

Todo el mundo sabía quién mandaba en el ‘Bounty’, el barco donde sucede ‘Rebelión a bordo’, la película firmada por Lewis Milestone y Carol Reed en 1962 pero que, en definitiva, es de Marlon Brando. Es él quien hace del capitán Bligh, todo un profesional que impone una férrea disciplina a bordo del Bounty para llegar cuanto antes a Tahití, donde tenían mercancía que recoger. Poco a poco se va ganando la enemistad de sus tripulantes racionando, además, el agua de una manera en la que dejaba en segundo lugar la necesidad humana. Al final, se produce la rebelión del título y es la tripulación la que se hace cargo de la nave, lo que suponía un atrevimiento que iba contra la ley y que podía acabar con sus carreras e incluso con sus vidas.

Algo similar sucede en ‘El motín del Caine’, dirigida por el ‘maldito’ Edward Dmytryk’, uno de los llamados ‘Diez de Hollywood’ que fue víctima de la caza de brujas de la Comisión de Actividades Antiamericanas. Incluso chupó cárcel y acabó exiliado, pero antes dirigió esta película protagonizada por Humphrey Bogart. En el contexto ahora de la Segunda Guerra Mundial, éste ejerce de capitán que impone una rígida disciplina a un equipo de marineros acostumbrado a una rutina más relajada. Se produce un descontento que genera ansiedad en el líder y que le hace caer en fallos que aún le separan más de sus hombres. Les pide ayuda, no se la dan y se produce la revuelta para poner a otro al mando.

No se puede decir que Fernández Romo fuera un tipo rígido de imponer una gran disciplina porque, de hecho, sus entrenamientos se caracterizaban por ser cortos (pero muy intensos) y de mucho partidillo a campo reducido. Nada de ejercicios cansinos de posesión contra figuritas para simular una acción de juego real. Además, sus jugadores de confianza eran también los pesos pesados del vestuario, lo que ya le daba un punto a favor. No era un hombre de rotar demasiado. En la segunda vuelta del curso pasado pudo recitar todo racinguista una misma alineación y en Segunda División también resultaba previsible saber quién iba a jugar. De hecho, respetaba las jerarquías y ni siquiera acumulando las bajas de tres laterales derechos o de tres medio centros dio paso a un meritorio del filial, sino que prefería recolocar a alguien del primer equipo porque, de este modo, le permitía tener minutos.

Nadie, ni siquiera el que no jugaba, levantó la voz. Germán, Saúl García, Bobadilla, Jokin Ezkieta o Alfon asumieron su realidad y, en el fondo, toda la tripulación parecía decidida a seguir a su capitán al fin del mundo como lo hacen las del ‘Surpise’, que es donde mayoritariamente se desarrolla ‘Master and Commander’, de Peter Weir, o ‘Moby Dick’, la adaptación que dirigió John Huston en 1956. Ambas historias cuentan con capitanes perseguidos por una obsesión personal que trasciende la misión que les encomendaron y que incluso llegan a poner en peligro al barco y a los que viajan dentro. La del personaje al que da vida Russel Crowe es acabar con un buque francés llamado Acheron y la del interpretado por Gregory Peck es matar con esa maldita ballena que le arrancó una pierna años atrás y que simboliza el mal inexplicable. Ambos meten a sus marineros en unas odiseas que no tienen nada de racional y que ponen en peligro sus vidas, pero apenas hay grandes movimientos internos. Se habla y se pone en evidencia su grado de locura, pero la gran mayoría de sus hombres se mantiene fiel.

La plantilla del Racing también estaba dispuesta a seguir a Fernández Romo a donde hiciera falta. Ni siquiera tras cinco derrotas consecutivas dio la impresión de venirse el castillo de naipes abajo. Nadie fue capaz de intuir movimientos dentro o fuera del terreno de juego que llevaran a propiciar la caída del cuerpo técnico, pero llegó una carta de la metrópoli que precipitó el cambio de capitán. Lo cierto es que pocos entrenadores, si es que hay alguno que lo haya hecho, habrían aguantado una racha tan prolongada sin sumar ni un solo punto.

A la tripulación le hicieron el trabajo. El Racing no carburaba y, aunque sólo mes y medio antes todo iba viento en popa, en pocas semanas pasó a venir de proa. El equipo verdiblanco se chocaba contra una pared al tropezar en la misma piedra y no dar la sensación de buscar una solución. El entrenador no perseguía ningún navío de guerra ni ninguna ballena blanca pero sí insistía en un mismo libreto que, poco a poco, le fue condenado. Se acostumbró a perder y eso es un peligro.

Cuando se produce un cambio de capitán como se produce tras las rebeliones del Bounty o el Caine, emergen otras figuras que antes estaban en un segundo plano. Es lo que ha sucedido con el aterrizaje de José Alberto. Hay pesos pesados, contramaestres que, si pudieran, a buen seguro que se hubieran ido con su capitán porque, de hecho, llegaron al barco de su mano. Sin embargo, se han quedado y, de pronto, se han visto relegados a un segundo plano. Son los casos de Pol Moreno o de Eneko Satrústegui, que incluso ha dejado de ser lateral izquierdo para volver a ser central, que es para lo que estudió de pequeño, o Arturo, que también era un fijo para el técnico madrileño y que prácticamente se mantiene inédito con su sustituto. El domingo ni siquiera entró en la nómina de candidatos a ocupar la banda izquierda que dejó vacante Iñigo Vicente. Muchas veces le había alineado ahí Fernández Romo pero José Alberto prefirió a Yeray. La jugada conlleva sus riesgos.

Con el nuevo capitán a bordo, se ve que los canteranos ya no entran en las convocatorias para ocupar plazas de autobús y conocer la geografía española, sino para jugar. Ahí ya hay un cambio que ha venido acompañado de un nuevo estilo de juego que salió bien en Cartagena pero regular en Las Palmas. Todo líder recién llegado necesita resultados que le respalden y más aún uno que ha tenido el atrevimiento de sentar a algunos pesos pesados del vestuario. Éstos son siempre fundamentales para mantener la paz a bordo. Por ejemplo, Colón nunca habría llegado a América sin los hermanos Pinzón, que son los que verdaderamente tenían el respeto de la tripulación. Hubo movimientos para exigir una vuelta a casa pero ellos ganaron tiempo. Hasta que vieron tierra y llegó la felicidad. Y eso es lo que quiere el Racing, ver tierra.

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