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El Diario de Cantabria

MARCOS ALONSO

Marcos Alonso. Adiós a un clásico

Marcos Alonso falleció ayer a los 63 años víctima del cáncer que sufrió en los dos últimos | Miembro de una generación de oro de la cantera del Racing, a quien también entrenó, marcó una época en la banda del Camp Nou

El cántabro Marcos Alonso en su época de entrenador en el Racing de Santander en 1998. / Javier Cotera
El cántabro Marcos Alonso en su época de entrenador en el Racing de Santander en 1998. / Javier Cotera
Marcos Alonso. Adiós a un clásico

Están de luto sus familiares y amigos y también los racinguistas y los seguidores del Barça y del Atlético de Madrid, pero no sólo ellos. Lo está todo aquel que dice añorar los viejos tiempos, el fútbol añejo en el que todo era más auténtico y, sobre todo, más cercano. Porque ha muerto Marcos Alonso. Lo ha hecho demasiado pronto, con 63 años todavía, por lo que ahora nace el recuerdo, la leyenda, su sobria figura de futbolista fiable que no tardó en dar un golpe encima de la mesa. Lo hizo con ese peinado propio de la juventud de la época en la que le tocó irrumpir con fuerza: en plena Transición, tiempos de incertidumbre y de guateque en los que sonaban Vainica Doble pero bien podían haber sonado Los Planetas sin que desentonara nadie.

Menos aún Marcos Alonso, que derribó la puerta del primer equipo del Racing muy joven, como lo hacen todos los que tienen toda una vida por delante. Lo hizo con esa frondosa cabellera que le cubría las orejas y cuyo flequillo le alcanzaba los ojos. Como un indie de principios de siglo, un adelantado a su tiempo que estuvo siempre relacionado con el club cántabro. Ahí surgió su sobria figura. Vestido de verdiblanco encontró su vocación y su profesión porque fue de aquellos afortunados que logró trabajar en lo que soñó de pequeño. Apareció en el fútbol profesional defendiendo los intereses del conjunto cántabro y se retiró haciendo lo propio, realizando un último servicio en forma de ascenso. Supo cerrar el círculo.

Dos años llevaba Marcos Alonso conviviendo con un maldito cáncer que finalmente se lo ha llevado por delante. La noticia se conoció en la mañana de ayer y rápidamente provocó una rápida reacción del mundo del fútbol que tanto le valoraba, ya que fue uno de esos tipos que dejó siempre más amigos que enemigos. Los tres equipos en los que verdaderamente dejó huella, el Racing, el Atlético de Madrid y el Barça, lamentaron su marcha de manera especial porque en todos ellos dejó buen recuerdo. En el primero asomó entre los mejores y, una vez que voló en busca de objetivos mayores, se pasó once años entre la capital del reino y la ciudad condal. En El Sardinero se guardará un minuto de silencio antes del partido del lunes contra el Leganés. A Marcos Alonso le salió la barba en La Albericia. Formó parte de una generación de oro y, en concreto, de un equipo juvenil que aún recuerdan los viejos del lugar. Estaba dirigido por Nando Yosu y ahí estaban Quique Setién, Abando, Juan Carlos y otros futuros grandes futbolistas que incluso fueron capaces de meter en El Sardinero a más de ocho mil personas para presenciar el Campeonato de España juvenil. Aquello olía bien, el primer equipo verdiblanco sabía que tenía su futuro cercano garantizado con aquella generación.

Fue en la campaña 77-78 cuando, de la mano del propio Nando Yosu, por fin Marcos Alonso debutó en el primer equipo. Estuvo dos temporadas completas en las que ya dio muestras de lo que llevaba dentro y de lo que podía llegar a dar conforme fuera madurando sobre un terreno de juego. A la tercera campaña, tras una segunda en la que ya fue un fijo en las alineaciones a pesar de su juventud, sucedió lo que tantas veces ha sucedido en el Racing. Es la condena que acompaña a este club, que se tiene que despedir demasiado pronto de sus mas prometedoras figuras. Fueron muchos los que llamaron a su puerta y, finalmente, se decantó por el Atlético de Madrid.

Su debut en Primera División se produjo con 18 años. Fue un 25 de septiembre de 1977 ante la Real Sociedad y, a partir de ahí, formó parte de una delantera que dejaría huella en la que también participaban el paraguayo Orlando Giménez y Quique Setién. Aunque el americano aún tenía 25 años, la insultante juventud de los dos canteranos de oro, que apenas llegaron a tiempo de votar en las primeras elecciones, hizo que les llamaran el tío y los sobrinos.

LA FINAL DEL 83. En el Atlético de Madrid estuvo Marcos Alonso tres temporadas en las que confirmó en primerísima línea su gran uno contra uno, su notable definición y, sobre todo, el desparpajo propio de una juventud que no desaprovechó. Apuntaba alto y le terminó llamando el Fútbol Club Barcelona, donde ya se posicionó definitivamente como extremo y con quien conquistó los cinco títulos de los que presumió siempre en su palmarés. Para el recuerdo quedó siempre el golazo que marcó de cabeza en el último minuto de la final de Copa del Rey del 83 al Real Madrid. Es de las cosas que permiten meterse en el bolsillo a todos los asiduos al Camp Nou.

Vestido de azulgrana ganó la Liga de la 84-85, la citada Copa del 83, la Supercopa del 83 y dos Copas de la Liga, la del 83 y la del 86. No hace falta hacer muchos cálculos para percatarse de cuál fue su gran año o, al menos, el año en que más éxitos cosechó. Su notable andadura llamó incluso la atención de la selección española. Fue, de hecho, internacional en 22 ocasiones con Miguel Muñoz al frente y, entre otras cosas, logró entrar en la historia del combinado que por aquel entonces estaba caracterizado por su ‘furia’ al formar parte del equipo que logró aquella goleada por 12-1 a Malta.

Tras un viaje de vuelta a Madrid para volver a vestir de rojiblanco y un paso por el Logroñés, a Marcos Alonso aún le dio tiempo de volver a casa para cerrar el círculo y terminar a lo grande una gran trayectoria profesional. No tuvo reparos en bajar al barro de la Segunda B para echar una mano al equipo en el que había empezado todo. Lo hizo en el último tramo del curso 90-91, la de Felines y, por lo tanto, la del recordado ascenso en Getafe tras un agónico 3-4. Allí estuvo él. Fue un broche final perfecto, un tremendo epílogo.

Marcos Alonso puso punto y final a su trayectoria como jugador pero no perdió su vinculación con el fútbol. Nunca lo ha hecho. Comenzó de la mano de Jorge D’Alessandro en el Atlético de Madrid pero después pasaría también por el Rayo, el Sevilla, el Zaragoza, el Málaga y, entre otros equipos, también el Racing. Cómo no. Estuvo temporada y media como inquilino de El Sardinero porque en las últimas tres décadas parece imposible que alguien culmine dos cursos al completo al frente del conjunto cántabro. Él tampoco lo hizo.

En su primera temporada al frente del Racing acabó en décimo tercera posición y en Copa del Rey llegó hasta cuartos. En la primera vuelta incluso estuvo cerca de los puestos europeos, pero el curso se hizo largo. En la segunda no dio tiempo a que sucediera eso porque fue destituido tras 28 jornadas. Ahí se acabó la relación directa de Marcos Alonso con el club verdiblanco aunque siempre ha estado cerca. Su último servicio fue cuando, como representante de toda la zona norte de Puma, se empeñó en que la marca, que no trabajaba con equipos de Segunda B, que es donde estaba entonces, vistiera al equipo verdiblanco. Y lo logró. Llevó al felino en su solapa durante tres temporadas.

El mundo del fútbol despide a uno de los suyos, un tipo que ha tocado todos los palos y que mamó fútbol desde la cuna. Son los Alonso una familia de futbolistas porque Marquitos, la gran leyenda del Racing y del Madrid, era su padre y su hijo es ahora mismo jugador del Barça. Lleva su nombre y viste de azulgrana, como vistió Marcos Alonso en sus días más gloriosos. Ahora le tocará seguirle tanto a él como al conjunto cántabro e incluso al Cervantes, club al que la familia siempre ha estado muy vinculado, desde donde quiera que esté.

Marcos Alonso. Adiós a un clásico
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